lunes, 6 de julio de 2015


 
Podría parecer peregrino tratar de relacionar la teoría de la argumentación y la paz; al menos en el plano escolástico, pero en el plano pragmático tiene muchísimo sentido. Al menos en muchos contextos nacionales, la teoría de la argumentación no llega sólo a poner en blanco y negro las pretensiones de actores muy diversos sino sobre todo, a pacificar. Espacios humanos en los que la carga emotiva está al máximo, donde por cuestiones por obvias las tensiones son recurrentes y es necesario contar con ciertos elementos mínimos para emprender una conciliación, en el sentido más amplio del término.

 

Un lector suspicaz podría haber ya intuido que se trata de un tema clave, pues si la argumentación está llamada a resolver conflictos, su mayor vocación estaría enfocada a lograr que esos conflictos se resolvieran por la vía pacífica y del modo más armónico posible, evitando fricciones y mediando entre los participantes de un conflicto:

 

La paz que queremos señalar es una referencia muy ambiciosa que está en el horizonte de la humanidad, a la que queremos dirigirnos y que supone una transformación absoluta de cuanto hacemos en el mundo. No tiene nada que ver con el mantenimiento del statu quo, tan lleno de injusticias y desigualdades, o la docilidad y resignación de quienes sufren las consecuencias de ello, y sí en cambio con el desenmascaramiento de los mecanismos de dominación, con la rebelión de quienes se les ha usurpado el derecho a tomar decisiones, a la recuperación de la dignidad, y con los procesos de cambio y transformación, a nivel personal, social y estructural, que están implícitos en el traspaso de una cultura de la violencia a una cultura de paz[1].

 

La paz antes que un derecho, es una actitud, una disposición ante las vicisitudes, una forma de ver las cosas, y en ese sentido, podríamos decir que es una epistemología. Claro que los pacíficos deberían tener derecho a la paz, pero también es cierto que una sociedad pacífica tiene un mejor nivel de vida; si entonces se trata de un “eje rector” (axis) entonces podría constituir un principio, incluso implícito en la regla aurea presente en muchas culturas del “no hacer a otros lo que no quieras que te hagan a ti”, un principio que sería parámetro del comportamiento personal y del social. Una argumentación derivada de este principio debería ser propedéutica en gran medida –algo que la teoría de la argumentación ha tratado poco- pero sobre todo debería ser armonizadora y debería comenzarse por cuidar el lenguaje, como hemos dicho más arriba, la gran mayoría del léxico argumentista es conflictivista, todo choca, todo es un campo de batalla, y las metáforas e imaginarios son siempre confrontativos.



[1] FISAS, Vicenç; ARMENGOL, Vicenç Fisas, Cultura de paz y gestión de conflictos, Icaria Editorial, Barcelona, 1998, p. 19.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Los retos de la argumentación jurídica actual

Hoy hemos marcado como parámetro orientativo de la actividad hermnéutica la dignidad humana, el gran problema es que no sabemos nada sobre lo humano y nuestras propuestas argumentativas continuan a ser altamente formales, basta echar un vistazo a lo últimos libros cargados de fórmulas.

Este blog pretende ofrecer una propuesta diferentes y más integral, una argumenación con sentido humano.